“No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de éstos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente». Evita
Este concepto utilizado por muchos funcionarios de gobierno casi como un descargo moral supone que la pobreza es una ley de la naturaleza o de la física, de cumplimiento inexorable, como predican maliciosamente las elites dominantes llámense estas neoliberalismo, capitalismo financiero globalizado o grupos económicos concentrados.
Argentina fue un país de clase media.
Más allá de los conflictos que vivimos entre los ’50 y los ’70 del siglo XX (peronismo-antiperonismo, educación laica-libre, azules-colorados, desarrollismo-proteccionismo, izquierda-derecha), éramos una sociedad con menos de 5% de pobres y/o desocupados, con una infraestructura de salud y educación públicas que alimentaba la igualdad de oportunidades, y una usina de creación científica y cultural que participaba de las corrientes de avanzada en eso que llamamos “occidente”. Pero también estaba latente ese mensaje de Discépolo en su Cambalache de 1934: “…ignorante, sabio o chorro/ generoso o estafador/ todo es igual/ nada es mejor/ lo mismo un burro que un gran profesor/ no hay aplazados ni escalafón/ los inmorales nos han igualado…”. y todo cambió a partir de instaurada la dictadura cívico militar en 1976. Con la aplicación de políticas económicas y sociales ultra liberales la pobreza comenzó a incrementarse aceleradamente adquiriendo una inusitada severidad e intensidad.
La desindustrialización
La desindustrialización en la Argentina fue implacable desde 1975. Picos en la Dictadura, el menemismo y Macri. Las otras gestiones contribuyeron con pasividad o con desorden, eludiendo el análisis causal y dedicándose sólo a cuidar las consecuencias “de primera generación”: unos pesos para sobrevivir. Pero no las consecuencias derivadas, la pérdida del sentido de la vida, la ausencia de futuro, el dominio de la droga, la trama del delito. La exclusión explotó.
Desde 1975 se abandonaron las políticas de industrialización con programas de largo plazo y consensos sobre la arquitectura legal, políticas de incentivos para instalar el capital con alta productividad competitiva, apoyo tecnológico y compromiso público-privado. Lo cierto es que en 1974 la pobreza por ingresos era del 4,6% de los hogares, que llegará a constituirse hasta ahora en el mínimo histórico. Tras la implementación del plan económico de Martínez de Hoz la pobreza en 1982 alcanzaba el 21% de los hogares. La tasa de desempleo pasaría del 3% al 9%. Con la vuelta de la democracia la situación empeoró.
En las décadas de progreso
Que medido por la industria y el empleo, van de 1930 a 1974, conservadores, militares, peronistas, radicales construyeron con matices, con entornos externos diferentes, esa estructura de progreso. En las décadas de la decadencia de 1975 a la fecha, ocurre exactamente lo mismo: sus protagonistas tienen todas las coloraturas políticas. No son las diferencias de partidos o discursos, las palabras, las que predominan, sino el sistema, la estrategia y su diseño que en esta época se puso en marcha.
Se puede afirmar que, por ejemplo, un joven argentino en los 60 vio, por primera vez, una legión de personas pidiendo limosna en una avenida principal de una ciudad. Fue, por ejemplo, en Madrid, no en Buenos Aires. En aquél entonces el PBI por habitante -en dólares- era el doble del de Japón y aquí, por ejemplo, se juntaba dinero para las misiones jesuitas en aquel país.
En la actualidad
se exterioriza con toda crudeza una de las peores consecuencias de la pobreza: el hambre. Aproximadamente 6 millones de personas padecen hambre, es decir, uno de cada diez hogares no tiene los recursos necesarios para alimentar a toda su familia. Retrocedemos a etapas anteriores en que largas filas de argentinos se congregan frente a los comedores de los municipios, de las congregaciones religiosas, y con pesar comenzamos a ver nuevamente que mucha gente comienza a revolver la basura en busca de alimentos.
Después de un gobierno neoliberal, una pandemia (fue una maldición para todos) Y Alberto Fernandez que tuvo buenas respuestas en la valoración de su gestión gubernamental. Pero no pudo cumplir con sus promesas. Tal como Macri. Seamos claros: un gobierno que está por llevar al cincuenta por ciento (50%)el índice de pobreza no puede decir de sí que es peronista, podemos concluir que todo cambió para mal de la mayoría de la población. La implementación de estas medidas económicas ha dejado en el camino a demasiada gente. No sabemos aún como es el proceso psíquico y emotivo que la exclusión tiene sobre buena parte de los argentinos y argentinas, pero sí sabemos que se van configurando las bases de una reacción de resistencia que, más temprano que tarde, pondrán en riesgo la paz social y la gobernabilidad.
Lo cierto es que hoy, la mayoría de la población de casi todas las regiones del país están excluidas, desconectadas, ya sea como productores o como consumidores, o como ambos. El modelo económico neoliberal, permite que el sistema conecte todo lo que sea valioso de acuerdo con los valores e intereses dominantes, en tanto que se desconecta todo lo que no se acople a los mismos. Esta capacidad simultánea para incluir y excluir a las personas, los territorios y las actividades caracteriza a la nueva economía de mercado. El proceso concentra aún más el poder a la vez que profundiza la marginación de los que van cayéndose del sistema.
El sistema neoliberal, en lugar de fomentar la igualdad entre los diversos sectores sociales, profundiza el abismo existente. De esta manera, los ricos lo son cada vez más, mientras que los pobres tienen cada día menos posibilidades de mejorar su situación de vida.
Peronismo con hambre e indigencia, no es peronismo.
Desde sus inicios el peronismo ha sido el principal protagonista de las luchas sociales y políticas que se suscitaron a lo largo de décadas por la conformación de una nación justa cuya base fuera el bienestar de todos los argentinos y no solo de una parte minoritaria. Como movimiento social plebeyo, los peronistas sabemos muy bien que la exclusión social vuelve a la gente incapaz de insertarse en el circuito económico; también conocemos como esta imposibilidad de reinserción lleva a un proceso de descalificación social y a la pérdida de una ciudadanía activa que pueda disputarles a las elites el poder real.
Para el peronismo es claro que toda marginación es una injusticia. No hay exclusión que pueda proceder del ejercicio de la justicia, cuando lo que produce es un daño de la persona, su destrucción física, psicológica o moral. Un niño mal alimentado tiene marcado su camino de perdedor. Es la existencia destino. Se nace condenado a la pobreza.
En tal sentido el peronismo tuvo siempre como eje central de su política generar las bases necesarias para iniciar ciclos económicos de crecimiento y desarrollo, única forma de generar empleo genuino y de barrer con las condiciones económicas y políticas que hunden en la pobreza y a la indigencia a las mayorías populares.
Pero además inculcó en la clase trabajadora argentina que el trabajo no solo dignifica a la persona sino que la convierte en actor principal del proceso productivo y como tal ocupa un rol central dentro de una comunidad organizada, articulada en derredor de una sociedad justa e integrada.
Debemos tener muy claro que de la pobreza no se sale con programas sociales. Estos sirven para paliar la situación coyuntural. Pero la única manera de derrotar la pobreza es a través de políticas igualitarias que permitan el acceso de todos los argentinos a la educación, el trabajo, la salud y la vivienda. Asegurado ese piso, recién entonces podremos entrar seriamente en una etapa de desarrollo duradera y estable.
Todo esto genera desasosiego, Tristeza, Angustia e indignación.. No era que volvíamos para ser mejores?? mejores para que y para quienes…?
El Héctor